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KAWA
El viejo tocadiscos escupía las primeras notas de “Dos Gardenias”, interpretada en directo por Buena Vista Social Club y con la voz de Ibrahim Ferrer. El japonés adoptó un gesto abrupto en el semblante (pues esperaba escuchar a Antonio Machín), cuando llamaron a la puerta. Masao, con un gesto de cabeza, indicó a uno de sus secuaces sentados a la mesa que fuera a atender.
–Es el botones, señor. Trae el champagne. –informó el coreano más bajito de los cuatro.
–Que pase y lo deje aquí.
Jesús apareció por la puerta, precedido de su carrito. Entró hasta el interior del gran salón, se paró y viendo a Kawa de pié (y con un traje diferente al del resto), el muchacho pensó que él debía ser el magnate coreano. Así que, sin pensarlo dos veces, levantó la servilleta, sacó la botella y mientras el objeto ascendía con idea de enseñárselo al japonés en su confusión, el vidrio le estalló en las manos. Los cristales rotos se acompasaron con un estruendo. Si era un disparo, el arma debería de ser un tanto extraña. Una milésima de segundo después, la cabeza del coreano bajito explotó en mil pedazos, pintando la pared al más puro estilo Jackson Pollock. Sin dudar ni un segundo, Masao Kawa se llevó las manos al interior de la chaqueta y sacó a la velocidad del rayo dos Zoraki 925 gemelas, de 9 mm (pistolas semi o automáticas al gusto), y apuntó directamente a Jesús. Los tres coreanos de la mesa, cogieron sus respectivas Daewoo e hicieron exactamente lo mismo.
–¡Yo no! Yo… ¡No! –repetía el botones con las manos ya en alto, mientras sudaba la gota gorda.
En ese preciso instante, la puerta del Señor Yoon se abrió de golpe. El pez gordo apareció chorreando y gritando en paños menores.
–¿Qué cojones ha sido eso?
Detrás de él, las dos prostitutas se asomaron a la puerta también, la rubia llevaba la sábana mientras que a la morena también le colgaba el badajo.
El tocadiscos se paró casi a la vez que una música parecida a la que hace una sandía al partirse por primera vez, emanara del centro de la sala. El sonido salía del último coreano que había ido al lavabo. El hombre empezó a temblar, su expresión se mudó al pánico y un hilo rojo sangre empezó a brotarle de la comisura de los labios. Una línea del mismo color se dibujó desde su entrepierna hasta la coronilla y el oriental se partió en dos, sin ni siquiera poder emitir ninguna queja. Mientras una parte se deslizaba sobre la otra, el más novato de los cuatro aún movía los dedos en su afán por coger su otra mitad. Llegado a un punto un trozo abandonó al otro y disparó gotelé bermellón.