RED RIDING ONE – CAPÍTULO 7: KAWA

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KAWA

            El viejo tocadiscos escupía las primeras notas de “Dos Gardenias”, interpretada en directo por Buena Vista Social Club y con la voz de Ibrahim Ferrer. El japonés adoptó un gesto abrupto en el semblante (pues esperaba escuchar a Antonio Machín), cuando llamaron a la puerta. Masao, con un gesto de cabeza, indicó a uno de sus secuaces sentados a la mesa que fuera a atender.

–Es el botones, señor. Trae el champagne. –informó el coreano más bajito de los cuatro.

–Que pase y lo deje aquí.

Jesús apareció por la puerta, precedido de su carrito. Entró hasta el interior del gran salón, se paró y viendo a Kawa de pié (y con un traje diferente al del resto), el muchacho pensó que él debía ser el magnate coreano. Así que, sin pensarlo dos veces, levantó la servilleta, sacó la botella y mientras el objeto ascendía con idea de enseñárselo al japonés en su confusión, el vidrio le estalló en las manos. Los cristales rotos se acompasaron con un estruendo. Si era un disparo, el arma debería de ser un tanto extraña. Una milésima de segundo después, la cabeza del coreano bajito explotó en mil pedazos, pintando la pared al más puro estilo Jackson Pollock. Sin dudar ni un segundo, Masao Kawa se llevó las manos al interior de la chaqueta y sacó a la velocidad del rayo dos Zoraki 925 gemelas, de 9 mm (pistolas semi o automáticas al gusto), y apuntó directamente a Jesús. Los tres coreanos de la mesa, cogieron sus respectivas Daewoo e hicieron exactamente lo mismo.

–¡Yo no! Yo… ¡No! –repetía el botones con las manos ya en alto, mientras sudaba la gota gorda.

En ese preciso instante, la puerta del Señor Yoon se abrió de golpe. El pez gordo apareció chorreando y gritando en paños menores.

–¿Qué cojones ha sido eso?

Detrás de él, las dos prostitutas se asomaron a la puerta también, la rubia llevaba la sábana mientras que a la morena también le colgaba el badajo.

El tocadiscos se paró casi a la vez que una música parecida a la que hace una sandía al partirse por primera vez, emanara del centro de la sala. El sonido salía del último coreano que había ido al lavabo. El hombre empezó a temblar, su expresión se mudó al pánico y un hilo rojo sangre empezó a brotarle de la comisura de los labios. Una línea del mismo color se dibujó desde su entrepierna hasta la coronilla y el oriental se partió en dos, sin ni siquiera poder emitir ninguna queja. Mientras una parte se deslizaba sobre la otra, el más novato de los cuatro aún movía los dedos en su afán por coger su otra mitad. Llegado a un punto un trozo abandonó al otro y disparó gotelé bermellón.

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 6: JESÚS

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JESÚS

            En el interior del ascensor, apoyado contra una de sus cuatro paredes, descansaba el joven mexicano. Había vuelto a ponerse la chaqueta de lo que a él le parecía un ridículo traje de botones. Frente a Jesús, un carrito del servicio de habitaciones sostenía uno de esos cubos metálicos con hielo, una servilleta que lo cubría y en el interior una botella de Moët & Chandon. De dentro de uno de los bolsillos de su pantalón salía un cable, que viajaba directamente hasta los auriculares colocados en sus oídos. El muchacho iba cantando en voz baja y gesticulando violentamente, cuando el elevador se paró en la primera planta. Esperando encontrarse a algún cliente, el botones cesó su performance y se colocó disimuladamente el cuello de la camisa. Las puertas se abrieron, pero nadie esperaba. Jesús se asomó, miró a ambos lados y volvió a meter el cogote para dentro. Esperó a que se cerraran las puertas de nuevo y sin elevar demasiado la voz mientras subía los brazos, musitó violentamente.

–¡Yooo Nigga!

El espectáculo se volvió más intenso que el anterior y todo pasó por una sencilla razón. Fue unas de esas veces en las que justo al cerrarse la puerta, o al salir del ascensor, su reproductor le sorprendía con uno de sus temas favoritos. En esas situaciones el chaval siempre se crecía y se imagina siendo un auténtico gánster de las casas bajas de Baltimore.

Es hall de la planta 21 estaba tremendamente tranquilo, hasta que el ruido de llegada del ascensor y posterior chirrido de las puertas, dejaron paso al roce de las ruedas de un carrito. Las pisadas inaudibles sobre la vieja moqueta, acompañaban casi al tempo el tímido cántico del latinoamericano. El carro dobló varias esquinas y después de llegar a un largo pasillo, allí estaba. La suite 2187. Al llegar frente a la puerta, Jesús se quitó los auriculares y los devolvió al bolsillo. Al otro lado podían oírse risas y algunas frases en un idioma que no entendía. Lo que sin duda pudo distinguir, fue la melodía. Llamó a la puerta y añadió.

–Servicio de habitaciones.

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 5: RR-1

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RR-1

            Bajo la lluvia intensa, las ruedas de una flamante Honda Shadow rojo Bugatti, derraparon a unos 100 metros de la puerta del Thompson Hotel. El pequeño piloto se bajó de un salto. La motocicleta siguió su marcha sobre el suelo durante al menos veinte metros, regalando a la noche un espectáculo de luz y sonido, con las chispas que saltaban de la fricción del asfalto y la carrocería. El jockey, enfundado en un traje de falsa piel bermellón y con un atípico casco que más parecía el de un samurái que el de un motorista, continuó con paso firme en dirección a la puerta principal del edificio. Cerró ambos puños y tras juntarlos con fuerza sendas veces, las gotas empezaron a caer sobre una figura transparente, que de no ser por la tormenta, sería absolutamente invisible.

Al otro lado del mostrador, Dona degustaba por fin sus fideos teriyaki prestando atención al pequeño monitor que tenía sobre su mesa. Un informativo nocturno pregonaba “…en esta primera jornada de la Feria Internacional de Robótica. KAIST o DoDAAM son algunas de las compañías que cada año sorprenden en la feria, pero este año son sin duda los también coreanos…”, cuando la puerta de entrada se abrió y sonó la maldita campana. Dona se incorporó, mientras sorbía un fideo udon, para ver quién entraba. Su intento fue en vano ya que no vio absolutamente a nadie y únicamente pensó en el pobre Rodrigo, el chico de mantenimiento, que tendría que volver esa semana y además de la campana, esta vez echar un ojo a la puerta. Los dos coreanos trajeados que entraron detrás del señor Yoon y sus dos rameras, ya habían pasado de estar de pie en la puerta a reposar tranquilamente en los sofás de la recepción y por supuesto, ambos miraron con una coordinación casi matemática la apertura de la puerta. Acto seguido los dos dirigieron la mirada a Dona, quien con un leve encogimiento de hombros les informó.

–Lleva estropeada desde hace una semana, estamos intentando arreglarla.

Nuestro jinete subió despacio y de una forma tremendamente silenciosa, por las escaleras, hasta a la primera planta y desde allí llamó al ascensor. El marcador señalaba el piso -2.

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 4: KAWA

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KAWA

Había cuatro hombres en la sala de estar de la suite. Un quinto salió del baño, acompañado del casi ya extinto sonido de la cadena del inodoro. Al pasar por la puerta del señor Yoon, unos aullidos sorprendieron al coreano trajeado. El tipo reculó y apoyó la oreja en la puerta.

–Uh… Menuda fiesta privada tiene el jefe. –comunicó a los otro tres coreanos también trajeados, que estaban sentados a la mesa con una mano de cartas cada uno. Sonrío y caminó rápidamente hacia ellos, al tiempo que terminaba de subir la cremallera del pantalón. Se sentó y cogió un puro de la caja de Montecristo que había en la mesita supletoria, justo al lado de una botella a medias de Macallan Imperial y otros whiskies más baratos. En la mesa principal, se llegaba al ecuador de una partida de Texas escoltada por varias semiautomáticas Daewoo DP51, de 9mm. El recién llegado cogió el cortador, hizo una seca incisión en el cilindro, sacó un Zippo e incendió el tabaco.

Al final del gran salón, los neones publicitarios del exterior producían un efecto extraño sobre la lluvia, que se estrellaba contra el ventanal. Masao Kawa lo miraba embelesado. El desagradable ruido procedente del dormitorio, despertó al japonés de su letargo. El nipón giró sobre su propio eje, se arregló el cuello de la camisa escarlata y del interior de la chaquete blanca hueso, a juego con el pantalón y el zapato, sacó un paquete de Paxton mentol a medias. Extrajo un cigarrillo, guardó el paquete y en el bolsillo trasero del pantalón atrapó una pequeña cajetilla de cerillas, de las de solapa. Encendió el fósforo al segundo intento y prendió el mentolado. Se aproximó a la estantería contigua y bajó la aguja del tocadiscos. Después de unos segundos de melodía, Nat King Cole empezó a cantar “Aquí se habla en amor”.

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 3: SR. YOON

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SR. YOON

            Un lobo lloraba a lágrima viva en la espalda del señor Yoon. El sudor corría entre sus tatuajes y las marcas de las uñas de las prostitutas. Una era lo que aparentaba ser, la otra no. El coreano gemía a la vez que la rubia se retorcía bajo él y la morena empujaba con fuerza a su espalda. Sobre la mesilla cercana a la cama redonda de la suite, una bandeja de plata albergaba un montón de polvo blanco y más de media docena de líneas pintadas. La morena paró de empujar, sacó el miembro de la bandera de Japón, se sentó al borde de la cama y esnifó directamente del montón. Después de pegar un grito exagerado y de la caída de un par de copos de nieve de su nariz de diseño, cogió un bote de entre varios apilados detrás de la bandeja. Desenroscó la tapa y el gesto liberó un dosificador en cuenta gotas. Levantó la mano y echó su cabeza, casi recién salida de la peluquería, hacia atrás. Dejó caer dos gotas de aquel líquido psicotrópico y acto seguido se giró hacía sus compañeros de placer, que no paraban de percutir. Los ojos de la rubia estaban apretados de una forma directamente proporcional al volumen del bramido emitido, por tanto la morena decidió no molestarla, en cambio Yoon asintió con la cabeza. Éste se incorporó sin dejar tranquila la cadera y se volvió completamente ojiplático. La transexual liberó varias gotas justo en el globo ocular, cerró el bote, lo tiró al suelo y después de volver a la posición inicial, se escupió babosamente en el mástil y lo extendió con sus manos masculinas de manicura barata. Mordiéndose el labio, penetró de nuevo a su anfitrión a la vez que masajeaba su espalda.

–Mmmmm… ¿Cómo aúlla mi lobito? –dijo una voz grave de barítono camuflada en hormonas.

–Auuuuuh, Auuuuuuh…

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 2: JESÚS

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JESÚS

            En el interior de un cuarto de lavandería, un curtido mexicano jugaba al basket con la ropa que cogía de un cesto y una lavadora. Un antiguo radiocasete portátil inundaba la sala con hip hop norte americano. El teléfono móvil de Jesús descansaba al lado del otro aparato, sonando y desplazándose por la mesa a causa de la vibración. Después de encestar un triple con unos pantalones pesqueros, la canción de DMX dejó de sonar y fue entonces cuando el muchacho se percató del teléfono. Apagó el loro y tras ver en la pantalla el número de recepción, sonrió y descolgó a la vez que se sentaba en un sofá.

–¿Cómo estás esta noche, preciosa?

–Hola Jesús. Bastante cansada. –dijo Dona con voz seca.

–¿Para qué me llamas, mi amor?¿Quieres un masaje relajante? –se insinuó el botones.

–Deja de decir tonterías, pesado. Escucha y calla. Tienes que subir una botella de Champagne a la 2187. Es la habitación del señor Yoon, el coreano.

El joven se incorporó en la silla de un respingo.

–¿Es el de las propinas de anoche? –preguntó Jesús sorprendido.

–El mismo. Ha soltado un billete de los grandes y va bastante borracho, así que ya sabes cual tienes que llevar. En la propina vamos a medias.

–¡El más barato, wey! –gritó él efusivo.

–Pues venga, funcionando. Cuando termines pasa por aquí y hacemos cuentas.

–Gracias, preciosa. Y sabes que luego tú y yo…

Dona colgó el teléfono y Jesús apartó el móvil de su oreja.

–Hija de la chingada…

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RED RIDING ONE – CAPÍTULO 1: DONA

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DONA

            Las intensas gotas de lluvia mancillaban el hilo musical, ahora casi imperceptible. Era la madrugada de un lunes y el hotel estaba bastante tranquilo. A esas horas la recepción era prácticamente un desierto, de no ser por Dona. La joven mulata de labios carnosos y pelo negro rizado, desenvolvía un humeante recipiente de cartón en el que podía leerse “Todai-Ji: Restaurante Oriental” sobre la imagen, a modo de grabado, de un templo japonés. Tras abrir las tapas y oler los udon, sonó aquella estúpida campana que su jefe, el señor Rojas, se había empeñado en instalar tres meses atrás y a causa de la cual habían tenido que llamar dos veces a Rodrigo, el chico de mantenimiento, esa misma semana. Dona apartó la vista de sus fideos y observó que por la puerta entraba aquel coreano que se había instalado anoche, acompañado de dos mujeres que por su aspecto, no debían de hacerlo gratis. Detrás de ellos, y empapados como los primeros, otros dos orientales trajeados entraron y se pararon de pie junto a la puerta principal con previsión de quedarse. El trío se aproximó al mostrador de la recepción entre risas y algún tambaleo.

–Buenas noches, señores. –dijo la recepcionista risueña.

El cliente soltó a ambas féminas de sus respectivas cinturas y se apoyó en el mostrador. Entornó los ojos unos segundos y leyó el nombre del letrero prendido en la camisa de la puertorriqueña.

–Hola Dona. Sube una botella de Champagne a mi habitación. –balbuceó con un tremendo acento oriental aderezado en bourbon.

–En seguida aviso a mi compañero, señor Yoon. ¿Lo va a pagar ahora o lo apunto a su cuenta?

–¿No puedes subirla tú? –babeó el señor Yoon con una sonrisa perturbadora. Mientras, dejaba un billete de los grandes, con un gesto de asquerosa prepotencia.

–¿Era la 2187 verdad?

El coreano cerró un ojo y asintió con la cabeza.

–Veré qué puedo hacer, señor Yoon. –respondió Dona con una sonrisa más falsa que el Iscariote, cogiendo el billete del mostrador.

El hombre volvió a agarrar a sus compañeras por la cintura y se dirigió hacia el ascensor susurrando cosas en el oído de la rubia. Durante la espera, las manos del señor Yoon manoseaban los traseros de las meretrices, quienes entre carcajadas, se peleaban por el cuello del anfitrión. Ante tal espectáculo, la recepcionista decidió apartar los todavía humeantes udon teriyaki y comprobar que el billete no era falso, con una de esas máquinas que tienen en los comercios. Las puertas del ascensor se abrieron y los pasajeros desaparecieron tras ellas. La joven latina, al otro lado del mostrador, contó hasta diez tras el cierre para descolgar el teléfono.

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Una apertura de verdad

Hace ya un año que abrí este blog por un motivo diferente. Mi idea era escribir sobre cine, cómics, literatura fantástica, música y cultura underground en general. Aquello al final no me motivó lo suficiente. Hace tiempo que me di cuenta de que lo mío no es escribir sobre lo que hacen o escriben otros, sino escribir lo mío propio. Después de escribir varios guiones y bastantes micro-relatos, he decidido dedicar este espacio a la narrativa de ficción. Seguiré dentro del relato, de momento sin llegar a una novela (al menos publicada aquí). Mi intención con este blog es la de publicar relatos episódicos por capítulos, con una continuidad periódica. Habrá algunos más cortos, otros más largos, a veces con el reto de vomitar sobre la marcha y en ocasiones con la premisa de una planificación. Quiero decir con esto, que haré un poco lo que me venga en gana y que si los leéis y me dais un feedback, siempre puedo recuperar un personaje o hacer una segunda o tercera parte de una historia, si es que le ha gustado o transmitido algo a alguien.

La verdad es que necesitaba volver a escribir a mi aire y aunque tengo la cabeza totalmente deformada con el guión de cine, estoy volviendo a encontrarme cómodo en la narrativa normal y corriente. Además es de esta manera de la única forma en que el dinero y el posibilismo no ponen límites a mi creatividad e imaginación, eterna lucha interna con la que lidio desde hace mucho tiempo y por la que muchas veces termino por no escribir nada, dejarlo en el tintero o en una carpeta que no verá la luz ni en un millón de años.

Espero que os guste lo que mi cabeza quiere contar a través de mis dedos. Pediros que os toméis un rato de cuando en cuando para leer algún capítulo. Que por favor no dejéis de leer nunca y que si no lo hacéis, empecéis de una santa vez. Que no dejéis que siempre os lo den todo masticado con imágenes, ya sea a través del movimiento o sobre un papel. Cultivad, entrenad y trabajad vuestra imaginación. Es el único lugar que existe en el que jamás habrá límites.

Estad atentos…

Mik J. López

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